Stephen King: más allá del terror comercial
Daniel Salvo
Primer contacto: la película extraño presentimiento, basada en Carrie.
Mi primer contacto con Stephen King fue indirecto. En el año 1976, se estrenó una película de terror con el título “Extraño presentimiento”, que no pude ver por ser menor de edad, a pesar de mi afición a la ciencia ficción y el terror. Dicha película fue muy comentada en ese entonces, pues fue dirigida nada menos que por Brian de Palma, tenido por discípulo de Alfred Hitchcock. Hace poco pude verla en una mala copia de DVD, que no impide apreciar la peculiar manera que tenía De Palma para tratar el tema (adolescente marginada que descubre que tiene poderes síquicos). Memorable también por su final, a contracorriente de los clásicos finales de las películas de terror: en lugar de ver al mal vencido para siempre, otra vuelta de tuerca nos recordaba que podía continuar.
En 1986, diez años después y ya en la universidad, supe que antes de convertirse en película, la trágica vida de la protagonista, Carrie White, había surgido de la pluma de un escritor cuyo nombre conocía de oídas (o leídas): Stephen King, y que “Extraño presentimiento” estaba basada nada menos que en su primera novela, Carrie, publicada en 1974.
Para mí, fue toda una decepción.
Segundo contacto: Stephen King etiquetado como autor de thrillers comerciales.
¿Por qué una decepción? Recordemos que estamos a mediados de los ochenta, a sólo seis años del fin de la dictadura militar. Estamos todavía en un mundo polarizado, donde sólo podías existir si te definías como de derechas o de izquierdas. Un mundo jerarquizado en el cual el terror y la ciencia ficción estaban fuera de lo que se consideraba “literatura”. Un mundo en el que Stephen King no podía ser considerado un escritor.
Y en efecto, así era tratado por los medios de comunicación de la época. En una columna de un diario de la época (disculpen la falta de precisión), se hacía eco de esa percepción de Stephen King como mero “autor comercial” que de él tenía cierto público norteamericano, al punto de habérsele dedicado una caricatura en la que aparecían él y su familia como unos gordos devoradores de billetes.
Y yo, que tenía esas ínfulas de lector culto –o mejor dicho, “culturoso”–, me hice la promesa de que nunca perdería el tiempo leyendo a Stephen King.
Tercer contacto: José B. Adolph prestando libros.
El año 2002 marca un punto de inflexión en mi vida. Inicié la redacción de “Ciencia Ficción Perú” y tuve el honor de conocer a un grande de nuestra literatura: José B. Adolph. Inclasificable como pocos, José solía prestarme todo tipo de libros, aparte de los suyos poco fáciles de encontrar. Un buen día –jueves, que eran los días usuales en los que lo visitaba–, me prestó una novela de Stephen King: Ojos de fuego.
Como en la película Casablanca, fue el inicio de una larga amistad. Toda noción de “terror comercial” que tenía en mente se borró de un plumazo. En lugar de un escritor repetitivo, lleno de fórmulas y trucos para decir lo mismo en todas sus historias –tal es la idea que tengo de la ficción comercial–, aparecía alguien con el don de sacar eso que llamamos miedo a partir de anécdotas tan aparentemente triviales como colocarse una máscara de cartón tirada en el piso, perderse buscando una dirección o tratar de convencer a un niño de que no existe el cuco.
Cuarto contacto: Mientras escribo
Podríamos pasar horas y horas en torno a las historias que ha escrito Stephen King, que cuentan con gran cantidad de seguidores… y detractores, también. Pero en lo que sí existe cierta unanimidad es en la valoración de una de sus obras de no ficción, que gira en torno a uno de los aspectos más importantes de su narrativa: precisamente, el cómo se hace, cómo escribe Stephen King. A medias autobiografía, a medias manual de escritura, el título Mientras escribo (On writing) nos muestra que la vida de Stephen King puede ser tan fascinante como sus ficciones.
¿Y sobre su método? Asombra descubrir que Stephen King no se considera un autor “de género” (terror, ciencia ficción, fantasía), sino simplemente un escritor. King asume que las historias “ya existen”, pero están enterradas, como vestigios arqueológicos, y que es labor del escritor que se las encuentra el sacarlas a la luz. ¿Y cómo? Pues a través de la palabra escrita, de la ortografía, del vocabulario, los diálogos...
Algunos escritores adoptan una etiqueta. Se consideran a sí mismos escritores “de”, y añaden la etiqueta que consideran correcta o les gusta más (ciencia ficción, fantasía, terror gótico, novela histórica, novela urbana…las que la imaginación humana pueda crear). Los lectores de Stephen King lo vinculamos a lo que mejor hace cuando escribe: producir la emoción del terror.
¿Cuál es la fórmula de Stephen King para lograr este terror? Difícil, por el momento, hacer un análisis exhaustivo, pero desde la lectura de sus obras y ensayos, puede vislumbrarse cierta técnica.
King sabe que los lectores tenemos emociones. El, como escritor, descubre historias que en algún momento impactarán en las emociones de los lectores. Este proceso lo asimila a una danza macabra, en la cual el lector se mueve con sus emociones, especialmente las ocultas, y el autor también se mueve con las suyas, que ha hecho explícitas mediante un cuento o novela. Al final de este movimiento, de esta danza, el lector y el escritor coinciden en la emoción.
¿Cómo se logra esta coincidencia? Pues introduciendo el terror dentro de la cotidianeidad de la vida del lector promedio. Algo que ya hicieron H.P. Lovecraft e Ira Levin: situar las historias de horror en barrios y pueblos comunes y corrientes, con restaurantes de comida rápida como “McDonald´s” o “Pizza Hut”; y no en castillos medievales. Los personajes de King también son como cualquier vecina o vecino, con su pasado de estudiantes mediocres, oficinistas divorciados, alcohólicos en recuperación o escritores con el síndrome de la página en blanco.
Entonces, King es eso que algunos odian profundamente (y que sus lectores apreciamos), un escritor de impactos, de golpes en la psique, golpes que son consecuencia de habernos mostrado historias que acaso ya conocemos por que las hemos vivido o imaginado, pero que por pudor o vergüenza, tratamos de arrimar a nuestro lado oculto. Al sacarlas de ahí, de su/nuestro lado oculto, el contraste con la imagen que nos hacemos de la realidad que creemos conocer genera el impacto emocional que nos conecta con King, el momento clave de la danza macabra que constituye una buena historia de terror.
Al final, uno descubre que muchos de los personajes de King son, como nosotros, seres más asustados de su propia humanidad que de los monstruos que puedan surgir de cualquier pesadilla.
Apostilla: Stephen King vs. Harold Bloom
En el año 2003, Stephen King obtuvo el premio National Book Award otorgado por la National Book Foundation, (Distinguished contribution to American Letters Award 2003) lo que causó un alboroto entre la comunidad literaria por la elección del escritor, especialmente de parte del crítico literario Harold Bloom (autor del polémico “El canon occidental”), quien afirmó que el premio otorgado a Stephen King era “otro golpe bajo en el chocante proceso de idiotizar nuestra vida cultural”. King, al recibir el premio, replicó: “Este premio no soluciona el complicado asunto de la literatura popular. Dentro de 20 o 30 años más, quizás, le den este premio a otro escritor que venda lo suficiente para estar en las listas de bestsellers. Pero no necesito servir de botón de muestra de los que se enorgullecen diciendo que nunca leerían nada de John Grisham, Tom Clancy, Mary Higgins Clark o de cualquier otro escritor popular. ¿Qué piensan ustedes? ¿Que se ganarán puntos sociales o académicos por estar deliberadamente fuera de contacto con nuestra cultura?"
Hay espacio para todos. Aprendamos a compartirlo.